jueves, 7 de julio de 2016

Yo no fui a la guerra

En la primavera de 2003 yo cursaba un máster de recursos humanos, de esos en los que dicen en clase que las personas son lo primero.

Cuando aparecieron noticias de que se aproximaba una guerra con Irak, me posicioné en contra. Se convocó una manifestación. Me fabriqué una cartulina con el “No a la Guerra” y me la puse en la solapa al ir a clase. 

Al comienzo de la mañana dije al jefe de estudios que iría a la manifestación convocada. Me invitó a que me quitara la cartulina, cosa a la que me negué, y me dijo que ese día me contaría como falta de asistencia a todos los efectos.

Avisé también al profesor y me quedé de oyente en la sesión hasta la hora de irme. Algunos compañeros hicieron bromas, unos pocos mostraron cierta comprensión, ninguno se sumó a la convocatoria ni consideró que mi actitud fuera merecedora de ningún tipo de respaldo. Perroflauta creo que fue mi mote en ese curso a partir de entonces.

En los debates de aquellos días, el argumento dominante era el que dejaba claro que había que acabar con Saddam Hussein, aquel sangriento dictador. Argumentar que, a pesar de reconocer el despropósito del régimen dictatorial, como el de tantos otros, combatir la violencia con más violencia no puede ser el camino, resultaba débil. Intentar explicar que aplastar un territorio a base de fuerza militar no es la solución, no caló lo suficiente, y se ganó el horror que envuelve a la guerra. Unos pataleamos, otros murieron.

Las sospechas de que todo era un artificio interesado existieron siempre. Aún así, el Orden Mundial Occidental no ha condenado nunca a los impulsores. Aquel conflicto del que siguen quedando rescoldos ha matado a cientos de miles de personas y todo, por los intereses de unos pocos. La guerra siempre fue una solución contundente a crisis económicas y sociales y la mejor campaña electoral, con independencia de quien fuese la diana y los “daños colaterales” que ello implique, ahí tenemos la historia de la humanidad.

Me negué y me resistí todo lo que pude. También hoy recuerdo con media sonrisa cuando fui el primer objetor de conciencia en mi provincia, Huelva, y cómo enseñaba a los funcionarios el dictamen de la ley, a rellenar formularios y a seguir el procedimiento. Aquellos funcionarios también me miraban con cara rara, pero esa es otra historia.


En conciencia, hoy puedo decir que yo no fui a la guerra, no por justificarme ni buscar reconocimiento sino porque volverán a darse aquellas circunstancias, sigue habiendo personas y grupos que utilizan el poder prestado por los ciudadanos en función de sus propios intereses y beneficios. Igual se están produciendo ahora mismo, con otros regímenes y territorios, e igual con casos muy cercanos de exclusiones sociales, de desigualdad, de injusticia cercana. No podemos permanecer al margen ni ajenos, que es lo mismo que dar el consentimiento tácito.

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