viernes, 15 de septiembre de 2017

Pescar y comercializar pescado

El pescado sigue siendo uno de los productos alimenticios en los que más oscila el precio. Tiene todo el sentido. Es un producto de temporada y por tanto no disponible todo el año por lo que la demanda se intensifica en determinadas épocas. Y, de otro lado, el sistema de extracción, mediante captura salvaje en su gran mayoría, sujeta a condiciones atmosféricas muy cambiantes, hace que la oferta pueda cambiar enormemente de un día a otro.

Este juego ha sido, sigue siendo, la gran ruleta rusa del sector pesquero. A veces, los barcos vuelven con las bodegas llenas de pescado de la mejor calidad, pero al ser muchos, inundan los mercados y los precios son irrisorios. Toneladas de pescado salen por las bordas en demasiadas ocasiones.

Otras veces, capturas reducidas, pero conseguidas en condiciones extremas o en épocas del año concretas, convierten el pescado y el marisco en auténticas joyas que se cotizan como el oro.

En este vaivén, además de los que ofrece permanentemente la mar, es complicado vivir. Hay que tener muy impregnado el modo de vida para volver a casa, muchos días con un mínimo jornal y apenas una bolsita de jarampa.

Por eso, los acuerdos estables de comercialización son la mejor salida para aportar tranquilidad y previsiones al sector. Es el acuerdo, por ejemplo que Lonja de Isla Cristina mantiene con Mercadona. Suministro y compra estable. Se negocian cantidades y precios de diferentes especies por temporada lo que garantiza una venta y un precio mínimo. Este acuerdo permite a la cadena de supermercados contar con un suministro habitual para sus establecimientos, con la máxima eficiencia en el transporte y conservación, circunstancia muy valorada por los consumidores.

No es, la solución perfecta. Muchos armadores ven en el acuerdo una restricción que les impide mejores beneficios si sus capturas son singulares. El acuerdo, lógicamente impone una serie de garantías básicas y condicionantes en la manera de trabajar a los marinos, pero la solución únicamente pasa por mejorar las condiciones de los acuerdos en los despachos, no favoreciendo la desunión del sector.

Existe una carencia monstruosa en la cadena alimentaria. Hoy, los intermediarios tienen un poder desorbitado y controlan demasiadas partes del proceso y los precios pues sienten que son los que tienen la llave de los consumidores. En gran medida son los consumidores los que otorgamos este poder por nuestra inacción, sumisión y hábitos de compra. No ejercemos una compra razonada y consciente. Nos limitamos a ir a lo más cómodo y lo más barato.

Para mejorar su posición competitiva en la cadena de suministro alimentario, Lonja de Isla Cristina, o cualquier otro sector o territorio que se sienta cautivo de los supermercados tiene armas y herramientas. Desde luego, la primera es no aceptar condiciones leoninas, no vale conformarse con subsistir, pero a continuación tiene una vía de trabajo honrosa y preciosa, la que pasa por reforzar la dignidad del sector, del territorio y del producto.

Así, Lonja de Isla Cristina tiene que hacer saber a cada consumidor, que el pescado que se lleva a casa, lo compre en la pescadería que lo compre, ha salido de las aguas del caladero isleño con el esfuerzo y sudor de sus marineros. Cada consumidor tiene que conocer los elementos diferenciales del pescado que va en la bolsa. Tiene que conocer de la valía, el sabor, las propiedades, su posible escasez. Tiene que aprender a diferenciar, tiene que aprender a comprar, en lo que, en definitiva, acaba pagando y lo más importante, comiendo.


Lonja de Isla Cristina tiene que exigir que el intermediario, en este caso Mercadona, ofrezca de manera clara y transparente esta información al consumidor. Y si no lo hace, pues lo tendrá que hacer la propia Lonja, tendrá que ser proactiva. Tendrá que saber que hoy, no basta con tener el mejor producto, que hay que comunicar. El cliente tiene que ser del pescado y de quien lo produce o captura, no de quien lo pone en el aluminio. Sólo así se podrá romper la espiral. 

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